Este es un fragmento del libro El Emperador, de Ryszard Kapuscinski, el cual agradezco profundamente a nuestro amigo Linus Lowel, que lo trajo a Caracas desde Alicante para Héctor. Creo que el fragmento en sí no requiere de explicaciones.
Z.S-K.:
Un año después de la revuelta en Godjam –que al mostrar la cara atrozmente implacable del vulgo, conmocionó a palacio y metió el miedo en el cuerpo a los altos dignatarios, y no sólo a ellos porque también a nosotros, los siervos de bajo rango, nos puso los pelos de punta– me ocurrió una desgracia personal particularmente dolorosa, pues mi hijo Hailu, en aquellos años angustiosos estudiante de universidad, empezó a pensar. Así como suena, empezó a pensar; y debo aclararte, amigo mío, que en aquella época tal costumbre constituía una nada recomendable e, incluso, una molesta deformidad que Su Majestad Imperial, constantemente preocupado por el bien y la comodidad de sus súbditos, nunca dejó de hacer lo posible para protegerlos de semejante tara y mutilación. Al fin y al cabo ¿qué razón había para que perdieran el tiempo que debían dedicar a la causa del desarrollo en turbar su propia paz interior y llenarse la cabeza con toda clase de ideas subversivas? El hecho de que alguien decidiera pensar o se metiera, desafiante, en los círculos de aquellos que pensaban, aunque lo hiciera sin proponérselo, no podía conducir a nada decente ni bueno. Y ésa fue, precisamente, la imprudencia que cometió el frívolo de mi hijo. La primera en notarlo fue mi mujer, a quien su instinto de madre le había advertido que espesos nubarrones se cernían sobre nuestra casa. Fue ella quien un día me dijo: «Hailu debe de haber empezado a pensar. Se ha vuelto muy, pero que muy triste.» Así fue aquella época; los que observaban lo que sucedía en el Imperio y reflexionaban sobre lo que les rodeaba, caminaban tristes y pensativos y con una mirada en la que se reflejaba una profunda inquietud, como si presintiesen algo aún impreciso, aún inconfesado. Rostros así se encontraban, por lo general, entre los estudiantes, quienes —debo añadir— daban a Su Majestad cada vez más disgustos. Me parece increíble que la policía nunca hubiese dado con esa pista, con esa relación entre el pensar y su reflejo en uno u otro estado de ánimo, pues si la hubiese descubierto a tiempo, le habría resultado fácil neutralizar a los pensadores que, con su actitud de eternos insatisfechos, de refunfuñadores impenitentes, maliciosamente reacios a mostrarse contentos, tantos disgustos y quebraderos de cabeza habían ocasionado al Venerable Señor. Su Májestad, empero, demostrando más perspicacia que sus policías, comprendió que la tristeza podía conducir a pensar, al desánimo, al público abucheo, a la total desgana, y por eso ordenó que el Imperio entero se convirtiera en un gran escenario de fiestas, ferias, bailes y mascaradas. Su Noble Majestad en persona mandó iluminar palacio, dio banquetes a los pobres e incitó a la alegría. Y de tanto comer y tanto bailar, a su Señor no paraban de loar. Y la diversión muchos años duró, y finalmente a la gente embotó; tanto que cuando se encontraba, de entretenerse sólo hablaba, a ver quién ríe más, desafiaba; criaturas fantásticas cantaba, leyendas fabulosas evocaba. Pobres pero felices. Descalzos pero alegres. Inasequibles a la tristeza a despecho de tanta pobreza. Y sólo los que pensaban, los que veían cómo todo se hacía más mezquino, se corroía, se volvía gris y se hundía en el fango, no encontraban motivos de alegría. Estos perturbaban a los demás incitándoles a reflexionar, pero esos otros, aunque nunca hubiesen pensando, resultaron ser más inteligentes; no se dejaban arrastrar, y, cuando los estudiantes se ponían a perorar en un intento de convencerles, se tapaban los oídos y desáparecían lo más de prisa posible. Y es que ¿para qué saber si es mejor ignorar? ¿Para qué ir a lo difícil pudiendo escoger lo fácil? ¿Para qué gastar saliva cuando el callar es bueno? ¿Para qué meterse en los asuntos del Imperio si en nuestra propia casa hay tanto que hacer, tanto que comprar?
Pues bien, amigo mío, viendo que mi hijo se lanzaba a tan peligrosa aventura, intenté detenerle, disuadirle, animarle a que se divirtiera, mandarle a excursiones; hasta hubiera preferido que se hubiese entregado al vicio de la vida nocturna que esos condenados manifiestos y conspiraciones. Imagínate mi horrible, mi terrible angustia: el padre en palacio y el hijo en el antipalacio; yo, saliendo a la calle protegido de mi propio hijo por la policía, ya que éste participaba en manifestaciones y lanzaba piedras. Yo no paraba de decirle: deja de pensar de una vez, que no te conduce a nada bueno; no pienses y diviértete, fíjate en los que hacen caso a los hombres inteligentes, mira sus caras serenas, sus frentes depejadas, sus ceños sin fruncir; mira cómo ríen cada día más, cómo gastan sus energías en divertirse, y si algo les preocupa es cómo forrarse; el Señor siempre ha mirado con buenos ojos tales ambiciones y aspiraciones y no deja de pensar en cómo aliviar y hacer la vida acogedora a sus bienamados súbditos. «¿Y cómo –me responde Hailu– puede haber contradicción entre un hombre que piensa un hombre inteligente?; si no piensa, no puede ser inteligente.» «Pues claro que puede serlo –le digo yo–, sólo que él ha dirigido sus pensamientos hacia un puerto seguro, abrigado, recóndito no a las rugientes ruedas de un molino, que trituran, y allí los ha depositado suavemente y los ha dejado de manera que nadie pueda meterse con ellos y ha aprendido a vivir sin ellos.» Pero era demasiado tarde. Hailu vivía ya en otro mundo; para entonces la universidad, situada cerca de palacio, se había convertido en un auténtico antipalacio, y sólo los más valientes y atrevidos podían aventurar una incursión hasta allí, puesto que el espacio entre la corte y la docta institución recordaba cada vez más un campo de batalla donde se jugaba el destino del Imperio.
Me llamó la atención el nombre de tu pagina porque me gusta mucho Fito Paez…
Saludos me gustó mucho seguiré entrando de hehco ya te puse en mis favoritos…
tristemente magnífico.
cada vez q leo noticias de venezuela me pongo tb algo triste.es terrible ver como poco a poco el emperador se va saliendo con la suya.
el pucherazo se avecina.espero q la comunidad internacional intente hacer algo al respecto.aunque imagino q todo quedará en palabras vacías.
mucho ánimo lennis.cuídate mucho.
Ya saldremos de ellos
este país se merece algo mucho mejor que esta gente
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UN FUERTE ABRAZO
Hola Héctor. Pues muchas gracias y bienvenido. Ya estuve visitándote, pero aún no he podido escuchar tus canciones. Espero hacerlo pronto.
Un abrazo.
Qué gusto leer tus palabras Manolito. Es un aliciente saber que hay gente que se preocupa por lo que pasa acá en Venezuela. Afortunadamente esto no es Etiopía en los 70, como la del Emperador que nos cuenta Kapuscinski. De algo ha de servir la opinión mundial en estos tiempos globalizados.
Gracias por la preocupación. Besos.
Bueno Carlos Eduardo, eso es lo que todos esperamos, salir pronto de esta pesadilla de país que vivimos. Aunque debemos estar claros que lo que va a quedar es un país dividido y destruido. Nos tocará levantarlo.
Un beso.
Estupendo Lennis, te sigo leyendo a pesar de mi ausencia bloguera. Saludos.