Cuando uno mantiene un espacio de este tipo a lo largo de los años, sin publicar una palabra, lo hace quizás para mantener la esperanza de que eventualmente va a volver. Lo hace como quien deja el pijama favorito en la casa materna, aunque se vaya a vivir a otro país.
Y cambias, porque siete años pueden ser la vida.
Pero eventualmente se regresa y aunque de ese viejo pijama ya no te gusten las flores del estampado en cambio sí te agrada cómo te ves con él y, aunque te quede un poco ajustado, agradeces la oportunidad de usarlo. De volver a vestir aquella prenda pasada de moda, que habla tanto de lo que te gusta, de lo que has vivido. De lo has sido.
Este espacio, después de todo, sigue hablando de mí.