No hace falta mirarla en detalle para ver lo caótica que es. También puede parecer difícil y salvaje (de hecho lo es). A veces, incluso, puede ser muy triste. Sin embargo Caracas posee, seguramente todas las ciudades, un encanto particular para el que la vive, para el que la sufre, para el que la padece. Encanto que se ubica en algunas coordenadas muy precisas, que varían de acuerdo a cada quien. Una de mis coordenadas favoritas es esa que están produciendo generosamente los escritores venezolanos: Los libros. Es inevitable pensar en todo esto cuando leo Cantos cardinales, de Hernán Zamora. Y es que Hernán parece trazar un plano de lo afectivo y de la ciudad en este libro. Esta es una muestra de sus señas.
Elogio a una línea
Hechura de sangre y rocas
una línea
puede oración ser quizás verso alejandrino
regla de madera en el bulto del colegio
creyón nuevo rincones del hogar
cantos gastados de una mesa antigua
rostro amable ojos de tristeza
El misterio de una línea reside en lo que une
(o desune)
cuando es recta nada la perturba
alcanza el mundo tan sólo para dividirlo en dos
si es curva busca el eco de Dios y su consecuencia
Las líneas paralelas sufren
la contradicción de unirse en el infinito
Perpendiculares fe y realidad
se cruzan en la muerte en cada sacrificio cotidiano
una es silueta de la tierra la otra le sostiene
Cerrada cualquier línea deja de ser conversa en otredad
de punta sólo desaparece para quien la mira caer sobre sí
Cuando un sin número de líneas se entrelazan
en todas dimensiones aparece una ciudad
Recorriendo esta ciudad hallé cartas de una línea
que quiebran la paz de las mías
tan inconstantes e incompletas
La vida en rosa
Yo intentaba cazar estrellas con una red de acero
pretendía navegar en mares de piel ajena
juro haber oído el canto de las rocas
Mordí el rabo de una nube estúpida
me vanaglorié de ello
Abracé al mundo
tres minutos antes de estallar
dentro de mí
Volví a la tierra una noche
ciego
guardé cascajos de vida en mis palabras
para nadie
Ella se acercó
tuvo miedo sopló el mío
aseó reparó ordenó
me habita hoy a plenitud
Yo respiro para ella
y siembro granos de maíz entre sus sueños
El día duerme sosegado en una cuna
despierta rodeado de circenses colores y sonidos
que me hacen ridículamente feliz
a Jacqueline
Ecocardiograma
Mi padre dice que sólo tiene cuatro meses fumando
y cincuenta y nueve años sobreviviendo al Orinoco
El doctor ausculta sus mentiras suda frente al monitor
sentencia que mi padre tiene fibrilación auricular
(sonríe)
comprende ahora por qué no logra detectar su ritmo
Otro doctor entra y pregunta si hay algo raro
(escucho los latidos del corazón de mi padre
a través de una máquina
pero eso no es raro
tampoco lo es el zapeo médico sobre su pecho
las inciertas precisiones
que el aparato ofrece en blanco y negro)
Dicen que tiene una isquemia apical superior
(o inferior no alcanzo a escuchar)
éste enseña aquél aprende y mi padre
silencioso casi desnudo mira al techo
yo también busco algún cielo
para amansar nuestros ojos)
Escuchamos con igual intensidad lo cierto y lo terrible
tiene el corazón grande
sufre de cardiopatía isquémica en fase dilatada
Mi padre me mira
No quisiera confesarle que yo apenas sé de sombras
que tanta luz me enceguece
que este miedo nos une en su angostura
y que mi mano será siempre pequeña
muy pequeña cuando se toma de la suya
La poesía sobrevive en esta ciudad
Abatida
mientras acompaña al último esclavo en su labor de inventar
la miga de dios que cada uno necesita para salvarse de sí
la poesía
sobrevive en esta ciudad
Páginas rotas dan parte de ochenta versos caídos
por filo trazo furia de semana
Alguien dice que la vio escapar
a través de una ventana de emergencia
hecha sudor niña dormida en brazos de un padre
cuerpo de mujer vencida
Espectrales voces rugen motorizadas
por la trinchera del corazón urbano
Algunos poemas sangrados
a la derecha o a la izquierda
según se miren
deambulan olvidados
cuecen el día en latas
recogen caricias en el hocico de un perro
se bañan con las miradas de reojo
Otros poemas se transfiguran
ofrecen contradicciones
al borde de las aceras
Cada vez son más los poemas que erigen tinglados
cuando distraídos
intentamos construir otros paisajes
A media noche algunos poemas nos invaden
nos contraordenan
Apurados
los poemas cotidianos
diluidos en cada sorbo de café
encaramados en el estribo de un microbús
atrapados entre torniquetes y andenes
aún respiran
detrás de una raya
en pliegues de iris a pulso
bajo la sombra de carteles y legislativas operetas
Tercos poemas que por doquier
persisten en mostrar su resplandor
pero no sabemos
conversarlos
Frente a ellos
ristras de letras caídas
combustibles
sin cura
nos desabastecen
No hay nosotros
nadie escucha todo
nada es pronunciable
¿Cómo hemos de transitar calles convertidas en miasmas?
¿Cómo entonar un habla que apague tantas estrellas negras?
¿Cómo continuar edificándote ciudad?
¿Cómo escribirte?
Una ruta en la ciudad
Todos los días
abordo un microbús de copete rojo
en la ruta que por ironía o paradoja
une la antigua oficina de correos
con el cementerio de mi ciudad
A la vera de ese camino he cimbrado hogar
flanqueados oriente y poniente por acacias y palmas
al norte de una torre previsora
y cerca de un edificio llamado El camarón
Unido a otras personas
por nuestra obligada errancia entre calzadas y solazos
hacemos del vehículo refugio provisorio
Apretujados en su vientre nos alza
por encima del flujo de mecánicos vértigos
a través también del río
que drena nuestras miserias hacia las mañanas
Apenas tocamos la otra orilla desembarco
no quiero alcanzar aún el final de la ruta
Entre acá y ahí
escribo cartas destinadas a alguien que a diario desconozco
en algún lugar del pequeño universo donde trabajo
Desentonado
¿Qué hace una vaca solitaria y canela en un rincón baldío
de una ciudad colmada de espejismos ruinas opacidades
vallas violentas monóxido y desamor?
Volví a ser niño cuando la contemplé
Movía su cola con la lentitud de un recuerdo huraño
y a través de un alambrado
saboreaba ramas de cilantro que un perrocalentero le ofrecía
No era una vaca blanca pastando en las hojas de un libro
con leche solar que una mujer vierte
en la vasija de un balcánico deseo
No era vaca de tonada y llanura
en las madrugadas de un hombre
Era tan sólo una vaca
solitaria y canela
pastando piedras
en mi atormentada ciudad
Bienvenida a la realidad. Ciertamente, la poesía sobrevive a esta ciudad. La poesía es terca, incontrolable, no sé por qué pero a mucho nos ataca de NOCHE, tal como también lo reseñé en días pasados. Creo que todos hemos «mordido un rabo de nube» alguna vez, por más estúpido que sea. «A media noche algunos poemas nos invaden». El problema no es ese, el problema es que les dejamos invadirnos.
q bonitas lennnis!.
yo tb me vuelvo niño muchas veces cuando veo alguna cosa q me asombra.
bien por hernan zamora y bien por ti por compartir con nosotros.
besos.
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Querida Lennis…
Creo que perdí la cuenta de los días en que he estado extraviado del país de los blogs. Ando muy lento.
Por ello, esta visita, aunque tardía, es para mí muy importante, pues sólo así podré decirte lo agradecido con tu amabilidad al dedicarle este espacio a Cantos cardinales.
Recibe un grande y sincero abrazo, en unión del magnífico Héctor y tu hijo.
Seguiremos encontrándonos, de seguro, a tu lado del camino.